Se sabe que la educación es uno de los actos más
complejos que hay en el mundo porque se trata, no sólo de impartir
conocimientos sino también de formar a las personas (niños, niñas, jóvenes,
adolescentes y adultos) para la vida de una manera amplia y completa.
También es claro que muchas veces se pone en tela de
juicio la calidad de la educación que, contextualizándola a nuestro país, es
considerada una de las menos efectivas y eficientes por muchas razones:
factores de poder, partidismo, ineficiencia gerencial de los grandes rectores
de la misma, la no correspondencia de los planes de estudio con la realidad, la
economía, la falta de vocación de algunos maestros, entre otras, que agravan la
problemática que afecta todas las esferas de la vida.
En consecuencia, se pierde el amor y el respeto por uno
de los oficios más nobles que hay: la labor docente. Y cuando se conjugan el
desánimo por el trabajo y los múltiples problemas que los estudiantes traen
consigo al aula de clase, pues se genera un caos sin límites. Se comienza de
esa forma a señalar a diestra y siniestra, buscando a los culpables pero es
evidente que, aunque hay problemas de causa mayor, somos nosotros quienes,
desde nuestro quehacer podemos aportar un granito de arena para disipar la
niebla que empaña nuestra educación.
En ese sentido, la educación en valores juega un papel
fundamental porque es aquella que, principalmente, se
centra en la transmisión y promoción de aquellos valores que facilitan la
convivencia entre las personas y que se sustentan en el respeto a los derechos humanos.
Es una cuestión de prioridad a nivel global.
Educar en valores significa favorecer el desarrollo del
pensamiento, del análisis, del razonamiento y la afectividad, educar no solo
con la razón sino con el corazón.
Algo esencial y difícil para el maestro es transmitir
los valores a través de las vivencias, sobre todo, cuando las propias no son
las mejores, y para esto es menester que cada maestro pueda ayudar a que cada estudiante
los descubra mediante experiencias significativas, de allí la responsabilidad
que tienen en los valores que trasmiten y proponen, ya que es delicada la tarea
de hacer que cada joven pueda captar y/o elegir los valores que se ajusten a
sus sueños.
Si esto se hace con inteligencia, amor y transparencia,
se garantiza que el ciudadano del futuro sea un ser humano juicioso, diligente,
dinámico y seguro de sí mismo para integrarse a la sociedad. Clave esencial
para el éxito, ya que en la medida que el niño o niña se sienta seguro de sí
mismo, se evitarán los resentimientos que a la larga le impedirán ser
auténticos. Y para ello, es vital hacer a un lado nuestros propios egoísmos,
miedos, resentimientos y nuestras propias necesidades con tal de trabajar en
pro de una formación integral (emocional, intelectual, espiritual) de nuestros
discentes. Difícil, pero no imposible de lograr. Nuestros hijos lo merecen. No
podemos olvidar que son ellos el presente y futuro de nuestro país.
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