ESCALANDO LA PARED EDUCATIVA
A veces pienso en nuestra profesión como una pared
infinita, y no lo digo en el sentido de obstáculo infranqueable, sino como reto
apasionante.
Sin
embargo, no es menos cierto que en esta escalada que afrontamos concentrados,
no son pocas las veces que resbalamos o que nos detenemos para coger aire,
miramos hacia arriba y no podemos evitar caer en la desesperanza ¡No hay final!
¡Ni siquiera tenemos claro por dónde seguir! ¿Dónde está el siguiente asidero?
Esta
semana, conversando con una compañera de profesión, mostraba su preocupación
ante el hecho de que compañeros suyos pareciesen preocupados únicamente por que
los jóvenes mostrasen respeto por su figura. Ella no se veía con fuerzas para
defender su postura o quizá no se encontrase lo suficientemente empoderada ante
el grupo para defenderla, como un sujeto que quiere dejar de fumar en un club
de fumadores.
“Somos
Educadores”, así le
respondí, no debemos olvidar cuál es nuestro principal cometido. Al respeto se
llega de múltiples maneras y no subestimo la necesidad de respetar unas normas
y a los y las profesionales que trabajan en un espacio de ocio en este caso.
Pero quizá olvidamos con demasiada facilidad nuestro nombre como profesionales
y no es otro que Educador-Educadora.
Los
conflictos no deben ser tomados como una ofensa personal, como un pulso de
fuerzas. Son oportunidades educativas, son puertas que se abren a la
negociación que pueden conducir a un proceso comunicativo. Desde luego, no
quiero quedarme en una Educación Social ideal, o idealista como la idea de
Pedagogía Social en la que ahondaba Natorp, uno de los padres de los que bebe
nuestra profesión.
Soy
consciente de que, a veces, es muy complicado buscar herramientas, estrategias,
para dar la vuelta a la situación y buscar la oportunidad educativa sin que se
nos quede cara de tontos y tengamos la sensación de que hemos perdido autoridad.
También sé que en muchos casos nuestro intento puede ser en vano, al menos
leído en el instante, en el mismo momento. Permitidme que discrepe en esta
manera de observar lo sucedido, ya que no debemos olvidar la naturaleza
procesual de nuestra práctica, debemos mirar más allá de este suceso, e
interpretarlo como parte de un proceso de aprendizaje. Sería algo así como el
primer intento de acercarnos a ese saliente que resalta unos metros más arriba
en la pared granítica.
En
este caso, como profesionales quizá sea más importante la propia búsqueda de lo
educativo. Las inseguridades, la autoridad entendida como el respeto sin
negociación, nos aleja de la educación. Este tipo de actitudes nos separa de
nuestra función como Educadores y nos acerca a funciones de control a las que
se refería Asier en su post o el
propio Jaume Funes en un interesante artículo que leí meses atrás, “proveedores de argumentos para la
resignación”.
Lo
que nos debe diferenciar como profesionales es nuestro afán educativo, nuestra
lectura de posibilidades en las personas y en las situaciones, debemos leer más
allá, creer en la naturaleza sociable y educable de la persona, no contribuir a
etiquetar aún más a quien trae consigo una marca ya muy profunda.
Educar
es enseñar a ser y a ser con los demás. Ser educador, en mi opinión, debe ir en
esa dirección.
Aún
no me decido sobre la grieta, sobre el saliente más seguro para seguir mi
ascensión, pero repentinamente el miedo que por un momento agarrotaba mis
músculos, cesa y la calma me inunda, agarro un saliente y me impulso hacía
arriba… “No me importa resbalar, no me importa caer unos metros, porque la
pared permanecerá, y arriba, coronándola, la cima felizmente inalcanzable”.
“Solo
educadores autoritarios niegan la solidaridad entre el acto de educar y el acto
de ser educados por los educandos”. Paulo Freire
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