jueves, 1 de marzo de 2012


ESCALANDO LA PARED EDUCATIVA

A veces pienso en nuestra profesión como una pared infinita, y no lo digo en el sentido de obstáculo infranqueable, sino como reto apasionante.

Sin embargo, no es menos cierto que en esta escalada que afrontamos concentrados, no son pocas las veces que resbalamos o que nos detenemos para coger aire, miramos hacia arriba y no podemos evitar caer en la desesperanza ¡No hay final! ¡Ni siquiera tenemos claro por dónde seguir! ¿Dónde está el siguiente asidero?

Esta semana, conversando con una compañera de profesión, mostraba su preocupación ante el hecho de que compañeros suyos pareciesen preocupados únicamente por que los jóvenes mostrasen respeto por su figura. Ella no se veía con fuerzas para defender su postura o quizá no se encontrase lo suficientemente empoderada ante el grupo para defenderla, como un sujeto que quiere dejar de fumar en un club de fumadores.

“Somos Educadores”, así le respondí, no debemos olvidar cuál es nuestro principal cometido. Al respeto se llega de múltiples maneras y no subestimo la necesidad de respetar unas normas y a los y las profesionales que trabajan en un espacio de ocio en este caso. Pero quizá olvidamos con demasiada facilidad nuestro nombre como profesionales y no es otro que Educador-Educadora.

Los conflictos no deben ser tomados como una ofensa personal, como un pulso de fuerzas. Son oportunidades educativas, son puertas que se abren a la negociación que pueden conducir a un proceso comunicativo. Desde luego, no quiero quedarme en una Educación Social ideal, o idealista como la idea de Pedagogía Social en la que ahondaba Natorp, uno de los padres de los que bebe nuestra profesión.

Soy consciente de que, a veces, es muy complicado buscar herramientas, estrategias, para dar la vuelta a la situación y buscar la oportunidad educativa sin que se nos quede cara de tontos y tengamos la sensación de que hemos perdido autoridad. También sé que en muchos casos nuestro intento puede ser en vano, al menos leído en el instante, en el mismo momento. Permitidme que discrepe en esta manera de observar lo sucedido, ya que no debemos olvidar la naturaleza procesual de nuestra práctica, debemos mirar más allá de este suceso, e interpretarlo como parte de un proceso de aprendizaje. Sería algo así como el primer intento de acercarnos a ese saliente que resalta unos metros más arriba en la pared granítica.

En este caso, como profesionales quizá sea más importante la propia búsqueda de lo educativo. Las inseguridades, la autoridad entendida como el respeto sin negociación, nos aleja de la educación. Este tipo de actitudes nos separa de nuestra función como Educadores y nos acerca a funciones de control a las que se refería Asier en su post o el propio Jaume Funes en un interesante artículo que leí meses atrás, “proveedores de argumentos para la resignación”.

Lo que nos debe diferenciar como profesionales es nuestro afán educativo, nuestra lectura de posibilidades en las personas y en las situaciones, debemos leer más allá, creer en la naturaleza sociable y educable de la persona, no contribuir a etiquetar aún más a quien trae consigo una marca ya muy profunda.

Educar es enseñar a ser y a ser con los demás. Ser educador, en mi opinión, debe ir en esa dirección.

Aún no me decido sobre la grieta, sobre el saliente más seguro para seguir mi ascensión, pero repentinamente el miedo que por un momento agarrotaba mis músculos, cesa y la calma me inunda, agarro un saliente y me impulso hacía arriba… “No me importa resbalar, no me importa caer unos metros, porque la pared permanecerá, y arriba, coronándola, la cima felizmente inalcanzable”.

“Solo educadores autoritarios niegan la solidaridad entre el acto de educar y el acto de ser educados por los educandos”. Paulo Freire


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